mercredi 25 mai 2011

{ La Casa de Marfíl ~ I ~ }

Ingenting under solen är beständigt.
« Nada perdura bajo el sol »
Refrán sueco



Ett.



La cargaba cada noche en sus brazos para llevarla a la habitación principal que era la única en recibir el calor de la chimenea. Aprendió a cortarle las uñas que crecían siempre irregulares y la peinaba dulcemente con un utensilio improvisado hecho de huesos de venado. En ocasiones, hacia la media noche de los días del dios tuerto, ella rompía en un fino llanto que él consolaba inventando historias sobre mundos con dientes de león y lluvias perpetuas.

La mañana del cuarto día del mes de los pastos fue la mas silenciosa del año. Era imperceptible el habitual crujido de los árboles agitándose y los petirrojos llamando a sus crías. La gris melancolía del cielo también había cambiado por un tono rosa pálido mientras la luna observaba con compasión a sus decadentes hijos y bañaba los campos con el olor de las pomarrosas y el tabaco.
Él no acostumbraba a dejarla sola nunca y menos cuando el atardecer estaba encima. La observó sentada cubierta hasta la cabeza con la manta de plumas y enfriando su té con pequeños soplos. Se despidió con una profunda preocupación y cuando cerraba la puerta pensó como sus ojos grises jamás se encontraron con el profundo turquesa de los de ella.
Suspiró y comenzó a correr hacia el bosque solo con su bolsa de cuero y su pequeña hacha. A cada paso el vacío en su estómago se hacía mas profundo, pero sabía que si no conseguía al menos una codorniz, ella no tendría fuerza para levantarse otro día más. Avistó un venado joven cerca del riachuelo, pero le tomaría mucho tiempo perseguir a la creatura y prepararla para volver a casa antes de la aurora. Adelante le siguió el paso a un par de cornejas que esperaron atentas a que el muchacho se acercara para luego alzar el vuelo. La frustración de la caza y la separación, hacían del vacío mucho más insoportable, las sombras se alargaban y desaparecían con una rapidez implacable, los animales mas pequeños entraban a sus refugios y el misterioso silencio del día mudaba en la destemplada voz del gran espíritu del viento.
El agobio por la ausencia se sumaba a su desesperación de no haber encontrado más que un puñado de arándanos azules y algo de miel. El color rosa del cielo era destronado por un velo escarlata y púrpura en que las estrellas empezaban a clavarse una a una como alfileres de luz. Sus pies se hacían cada vez más pesados mientras el sudor empapaba su frente y su espalda. La amenaza del fracaso le oprimía el alma y cuando parecía que su cuerpo no podía correr más, reconoció la silueta de una especie de cernícalo cerca de un pequeño pozo y sin pensarlo aventó su hacha.

No hubo ningún chillido de la bestia que reposaba tranquila empapada en su sangre, aún con el hacha perforándole el pecho. Cuando removió la fría herramienta de la criatura, un profundo olor a perfume ahogó el lugar por unos segundos. Entonces sus ojos se llenaron de lágrimas y hecho a correr de vuelta a la cabaña.
Cuando regresaba a la cabaña, su vacío se hacía cada vez más intenso. El sabía que ella no estaría allí, pero la confrontación con lo inevitable, era la principal causa de su incomodidad.
Sus dedos y sus mejillas estaban adormecidas. Sus piernas temblaban torpes al caminar. Al trotar. Al correr.
Ya avistaba el humo casi extinto de la chimenea, la luz de la madre Luna señalaba con ternura su camino, mientras los árboles se enfilaban y le abrían paso como soldados dándole la bienvenida a su encuentro con la ausencia.
Aguantó la respiración y abrió la puerta.

つづく